Todo comenzó a mi regreso de París. Yo estaba nervioso y cansado de aquella semana de trabajo agotador. Sabía que abrirían mis maletas buscando los regalos que les traía, con ansiedad, más preocupados en los paquetes que en besarme. Era normal. Yo era sólo quien se dedicaba a satisfacer sus necesidades, creo que poco más.
Cuando llegué a casa, cansado, la familia comenzó a abrir mis maletas; sacaron las bolsitas de azúcar de Fauchon que había guardado con tanto cariño, abrieron las latas de té al melocotón y metieron la nariz en ellas, se comieron con prisa, con ansia animal, el marron glacé. Mancharon los libros de segunda mano que había comprado en Saint Germain des Prés, esos libros que había elegido durante horas, como si pretendiera que me acompañaran el resto de mi vida.
No tuve más remedio que matarlos.
No sé por qué me mira así.
Extraído del libro Extraña noche en Linares
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