De cartón

 

Cuando la pandemia había matado cerca de mil ochocientas personas, y según las cifras oficiales había 29.000 infectados y la mayor parte de la población llevaba diez días confinada en casa como si se viviera un estado de excepción o un toque de queda, el presidente comprendió que incluso un ser por encima del bien y del mal como él, admirado por su belleza, su porte y su fértil y docta palabra, debía dar una rueda de prensa para explicar el transcurso de los hechos a la población, que si bien eran gente de baja catadura –en cualquier caso nunca equiparable a la suya– no se podía olvidar que eran quienes le habían votado para poder llegar a la presidencia.

Aunque sólo aceptaba preguntas de medios afines –los que recibían mayores cantidades de dinero en concepto de publicidad y aquellas empresas periodísticas que compartían intereses económicos con su partido– la mirada de los pocos periodistas independientes le molestaba; esas sonrisillas sarcásticas, esos codazos disimulados, esas manos tapando la cara para ocultar un inicio de risa…

Siempre le había gustado lucir el palmito –recordaba con especial cariño la fiesta de entrega de los premios de la industria del cine, cuando le llamó “guapo” el presentador– pero estaba un poco harto de sus súbditos… “ciudadanos”, pensó al instante, que le culpaban de las muertes, de haber permitido y alentado manifestaciones masivas, partidos de fútbol, donde se propagó el virus que mataba cada día varios centenares de ancianos y que ahora avanzaba a por la población más joven. “Esa gentuza”, se dijo, “que me insulta en las redes sociales, que me amenaza con demandas por no sé qué de no tomar medidas a tiempo, como si uno fuera adivino…”

Al ser un político moderno, de esos que en lugar de tener a su lado filósofos, profesionales o intelectuales, tenían asesores de imagen, expuso su hastío a su empleado, que enseguida le dio la solución óptima.

Dado que se sospechaba que él estaba infectado por el virus, como sus familiares más cercanos, y como los miembros del gobierno de trato cotidiano y sus familias, podía organizar las ruedas de prensa en el Palacio Presidencial (se acordó en aquel momento de aquellas épocas en las que vivía en un mísero piso de cien metros cuadrados, apenas sin servicio), por lo que nadie podría reclamarle a la cara.

El asesor de imagen le llevó el día siguiente la solución; un ‘doble’ de cartón, a todo color, en excelentes calidades, de su altura, que pondrían delante de las cámaras para no responder a la prensa. Dado que sólo aceptaban preguntas previamente enviadas por los periodistas amigos (no confundir con censura, que es algo que sólo hacen “los otros”), su asesor pudo preparar las respuestas.

Y allí estaban, en directo, el doble de cartón frente a la cámara, con un actor de doblaje leyendo las respuestas a las preguntas con una voz muy similar a la suya.

–Desde que el pueblo está en sus casas todo va mejor en el país: ha bajado la contaminación porque no salen vehículos a las calles, funciona bien Internet, hay menos infidelidades, incluso ha disminuido la delincuencia.

La gente, desde sus casas, miraba de reojo el discurso mientras hacía otras cosas.

Según avanzaban las respuestas se modificaba ligeramente la iluminación sobre el doble de cartón, dando efectos de cambios de estado de ánimo en el muñeco.

El punto culminante llegó cuando en lugar de anunciar que se aumentaba el plazo de confinamiento en quince días, anunciaba el final del confinamiento para quince días después de lo previsto. ¡Al fin una noticia alentadora, el final del encierro!

Lo peor era que antes de salir de la boca del actor, las palabras ya estaban impresas en las pantallas de las televisiones, lo que hacía suponer que el directo y la improvisación de las respuestas eran falsos. Pero nadie pareció notarlo.

Cuando acabó su intervención, la gente se lanzó a comentar lo dicho en Internet. Unos defendían las sabias palabras del prócer y la tranquilidad que emanaba de su rostro, su calma propia de un Estadista de primer orden mundial.

Los que no comían en los pesebres del poder criticaron lo vacío de sus palabras, hicieron chistes, aseguraron que el presidente parecía contaminado por el virus, porque tenía un cierto aspecto de enfermo.

Veinticuatro horas después, entre todas las opiniones, nadie parecía haberse dado cuenta de que les había hablado un doble de cartón. Debido a lo cual, en las siguientes intervenciones se volvieron a usar dobles, y se llevaron dobles de cartón a todo color a los hospitales, donde el presidente de cartón escuchaba muy atento a los enfermos, o miraba con una sonrisa angelical a los niños con fiebre en las camas.

Las muertes habían alcanzado cifras horrorosas, escalofriantes, pero la popularidad del presidente había subido como nunca. Según una encuesta estatal, rozaba la mayoría absoluta.

Al parecer, sólo se negaban a votarle las decenas de millares de familias que enterraban a sus muertos, pero es la grandeza de la democracia; se gobierna según los designios de las mayorías, no de los grupos de resentidos.

Tan buen resultado dio el truco del doble de cartón, que es ahora quien preside los consejos de ministros, mientras el prócer hace lo que más le gusta: mirarse al espejo, como si fuera la madrastra de Blancanieves; sólo que a él su espejo no se atreve a darle malas noticias.

Del libro El taxista asesino